El poder de una comunidad acogedora

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Rut era una inmigrante moabita que vivía con su suegra y tuvo que enfrentar los desafíos de encontrar trabajo y comida en un lugar extranjero, pero fue bienvenida y bendecida por extranjeros. No debemos descartar quién era Rut y cómo el acto de la hospitalidad de las personas de Belén cambió drásticamente el final de su historia.

Me identifico mucho con Ruth. Ambas salimos de nuestros lugares de origen buscando algo mejor. Ambas vimos algo más en nuestro lugar nuevo y aprovechamos la oportunidad que la vida puso frente a nosotras. Entramos en lo desconocido y recibimos una cálida bienvenida que impactó cada paso que dimos desde ese punto.

Mi viaje hacia la bienvenida

Tenía 17 años y muchos sueños cuando salí de mi casa en Nicaragua. Se me abrieron las puertas para mudarme a los Estados Unidos para realizar mis estudios bajo una visa de estudiante. Tan pronto como me gradué de la escuela secundaria, dije “Adiós” a todo lo que conocía y me fui a comenzar un nuevo capítulo en mi vida.

Mis padres, hermanas, amigos y la iglesia se quedaron en Nicaragua mientras yo viajaba hacia mis sueños. Con emoción y miedo a la vez, me mudé a San Antonio para obtener una licenciatura en la Universidad Bautista de las Américas.

Mi plan original era culminar mi carrera y regresar para servir en mi iglesia local, pero Dios tenía planes diferentes. Han pasado 10 años desde que me mudé. Y no puedo expresar cuánta pérdida experimenté durante esos años.

Muchas veces, la conversación principal con mis padres se centró en las finanzas. Era más accesible comprar un boleto para regresarme a casa que pagar la matrícula. Mi sueño estuvo a punto de ser arrancado en muchos instantes.

Pero Dios siempre usó a las personas más inesperadas para bendecirme. En medio de todo, Dios puso comunidades asombrosas en mi camino, comunidades que dieron la bienvenida a la estudiante internacional extranjera y la apoyaron.

La iglesia que me acogió

En mi caso fue la comunidad de mi iglesia. Fueron las personas que se convirtieron en mi familia espiritual. Las pequeñas comunidades de iglesias a las que entré fueron las personas que se unieron para asegurarse de que mis sueños continuaran. Tuve la suerte de encontrar congregaciones que me dieron la bienvenida y me bendijeron de formas que no podía imaginar.

Lo más impresionante de mi historia es que estas comunidades de iglesias no eran la típica iglesia grande que acogía a un estudiante internacional y lo adoptaba. Las comunidades de iglesias que Dios puso en mi camino eran iglesias pequeñas, parecidas a familias que rara vez tenían un exceso de dinero, pero que servían y amaban fielmente a los demás.

A diferencia de Rut, mi redentor guardián no era un hombre muy rico. En mi caso, eran pequeñas comunidades de otros hispanos que también tenían historias de inmigración. Las personas que me recibieron también habían pasado por muchas cosas en su vida. Y aunque tenían tan poco, me dieron mucho.

El hecho de que Dios usara pequeñas congregaciones hispanas para recibirme en un lugar extranjero me hizo sentir como en casa. También me llevo a darme cuenta del miedo que podemos tener de recibir a otros en nuestras comunidades.

Tendemos a tener miedo de quienes hablan otros idiomas. Cuestionamos su documentación y ponemos el “que tal” entre nosotros antes de darles la bienvenida a nuestro espacio. Estoy agradecida de que este no haya sido mi caso, aunque desafortunadamente ha sido el caso de otros. Tuve la bendición de ver el amor de bienvenida de Jesús a través de las iglesias y desearía que ese fuera el caso en todas las congregaciones.

Conozco a otras personas que tienen miedo de unirse a las iglesias debido a su estatus. Temen el rechazo de quienes se sientan a su lado.

¿Qué haría Jesús en ese lugar? ¿Se quedaría en la puerta y comprobaría la documentación legal antes de dejar entrar a la gente? ¿O les daría la bienvenida sin centrarse en la política detrás del estatus de un inmigrante?

El poder de la bienvenida

La historia de Rut tiene un final extraordinario. Tuvo un hijo, y el linaje de su hijo nos llevó a Jesucristo.

Mi historia aún no ha terminado. Todavía estoy en el proceso de terminar un programa de doble maestría a través del Seminario Teológico Truett de la Universidad de Baylor y la Escuela de Trabajo Social Garland. Aunque este viaje fue aterrador, Dios una vez más allanó el camino cuando pensé que no había ninguno.

Mi esposo y yo fuimos recibidos por una increíble comunidad de iglesia pequeña que ahora es nuestra familia espiritual. Ellos extendieron sus brazos para darnos una cálida bienvenida y extendernos el amor de Dios. Han invertido económicamente en mis estudios y nos han bendecido de formas que nunca imaginamos.

Dios usó pequeñas comunidades de iglesias hispanas y sus recursos para llenar la pérdida que sentía con tanto amor, coraje y fuerza, sin pedir documentación ni emitir ningún juicio.

El poder de una comunidad acogedora puede impactar vidas de formas en que el dinero y el poder no pueden. Para Rut, la llevó a casarse con Booz, dar a luz a un hijo y, en última instancia, a Jesucristo.

Aunque mi historia no ha terminado, puedo mirar hacia atrás en los últimos 10 años y ver muchas formas en que las congregaciones amorosas y acogedoras me sostuvieron y me proporcionaron. Mientras llego al final de mi viaje educativo, me emociona ver las formas en que puedo retribuir a las congregaciones después de que me han dado tanto.

Siempre recuerda: nunca sabrás lo que puede lograr el poder de una comunidad acogedora, especialmente si no participas en ella.

Cintia Aguilar es de Nicaragua y vive en Waco con su esposo y su hija. Es estudiante interna en El Centro del Impacto para la Iglesia y la Comunidad (Center for Church and Community Impact) y es estudiante de maestría doble en la Escuela de Trabajo Social Garland de la Universidad de Baylor y en el Seminario Teológico Truett.

Publicado anteriormente en inglés en: https://baptiststandard.com/opinion/voices/the-power-of-a-welcoming-community/.


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