Defendamos la pareja Cristiana

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Existen innumerables definiciones sobre la familia. Filósofos, teólogos, psicólogos y sociólogos han tratado de presentar diferentes ideas sobre lo que se conoce como familia.

Gary Collins, en su libro Consejería cristiana efectiva, describió el concepto de familia de la siguiente manera: “Es un ambiente equilibrado, en donde las personas pueden crecer; es un lugar donde puede nacer la creatividad, un centro donde se forman las relaciones humanas, un refugio contra la tormenta, un lugar donde se aprende la verdad y se comparten las ideas, la economía y un museo de recuerdos”.

Esta definición del núcleo familiar presenta el ideal de familia, aquella familia que todos anhelamos tener. Sin embargo, la familia ideal no existe. La realidad de las dinámicas familiares dista mucho de la definición anterior.

La mayoría de las familias sufrimos cierto desequilibrio: hemos dejado de crecer, las relaciones están destruidas, no ofrecemos refugio para tanta tormenta, hay mentira y no compartimos ni las ideas ni la economía, y preferiríamos borrar los recuerdos.

En todo esto, el matrimonio es quien tiene la mayor parte de la responsabilidad. Alicia F. Lieberman y Patricia Van Horn, en su libro Psychotherapy with Infants and Young Children: Repairing the Effects of Stress and Trauma on early Attachment (Psicoterapia con infantes y niños pequeños: Reparación de los efectos del estrés y del trauma en el apego temprano), dicen que “los padres son los principales contribuyentes al comportamiento y desarrollo de los niños”.

Esta cita sugiere que el núcleo familiar se ve afectado en gran manera por el desempeño del matrimonio como padres. Esto supone depositar una responsabilidad inmensa sobre los hombros del matrimonio, ya que la familia depende completamente de la pareja.

Es que los esposos no solo somos responsables del cuidado mutuo entre la pareja, sino que también somos responsables del cuidado físico, material, emocional, educacional y, en el caso de los cristianos, espiritual de nuestros hijos.

Ser padres que suplen con afecto las necesidades fundamentales anteriormente mencionadas requiere de un alto grado de estabilidad conyugal. Enfrentar el desafío diario de permanecer firmes ante tanta responsabilidad, con el estrés que eso conlleva, pone al matrimonio en una situación de alto riesgo de fragmentación. Por lo tanto, el nivel de solidez del matrimonio determinará en gran manera el nivel de estabilidad de la familia.

El matrimonio cristiano tiene que añadir a todo esto el hecho de que Satanás intentará por todos los medios destruir nuestros matrimonios. De hecho, su primer ataque desde que el ser humano fue creado, fue dirigido hacia la primera pareja. No fue un ataque individualizado, sino que fue un atentado contra Adán y Eva en conjunto; un ataque contra el matrimonio como institución establecida por Dios.


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Génesis 3:6 (LBLA) dice lo siguiente: “Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió”. Un poco más adelante, Génesis 3:12 nos relata las primeras desavenencias entre Adán y Eva, como resultado de la cizaña sembrada por la serpiente.

Esto no ha cambiado desde entonces. En 1 Pedro 5:8 se nos advierte de la incesante actividad destructora de nuestro adversario contra los escogidos de Dios. Pero este mismo versículo nos provee esperanza y nos facilita la fórmula para resistir los ataques de nuestro enemigo, sean de la índole que sean: “Sed sobrios y velad…” (RVR 1960). Esta es una clara advertencia para permanecer alerta.

Como matrimonios cristianos no podemos permitirnos el lujo de bajar la guardia. Si lo hacemos, nuestro adversario no tardará en dirigir su próximo ataque contra nuestro matrimonio, y contra nuestra familia.

Rubén de Rus, M.A. Consejería Clínica

Pastor interino de la Primera Iglesia Bautista de Robstown, TX


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